Una conferencia de Mibelis Acevedo me hizo regresar a El político y el científico de Max Weber (en mejorable edición de Alianza Editorial) libro oportuno ante el asombroso caso de una oposición corrompida antes de llegar al poder que se ahoga entre la incompetencia y el caos en Venezuela. Agrupa conferencias del autor en 1919, año de la trágica comuna de Berlín, la insurrección de los comunistas radicales, espartaquistas, que los llevó a la muerte con su fantasía revolucionaria. En zanjas aparecieron los cadáveres de Rosa Luxemburgo, la rosa roja de la revolución y el jefe Karl Liebknecht. El libro se consagra a exaltar el valor de los partidos y el político profesional, que vive para y de la política dedicado en cuerpo y alma, y contra la tendencia a improvisar supuestos liderazgos, para jugar al dirigente sin tener con qué, tendencia permanente de los notables, como afirma Weber. Lo que hoy llamamos antipolítica, de donde salió la llamada “generación 2007”.
Dice Weber que todos los ciudadanos somos políticos eventuales, que vamos a actos públicos, votamos y damos enjundiosas opiniones sobre lo que no sabemos. Pero el político profesional conoce su oficio porque se ha formado en él a lo largo de años, es su modo de vida, distinto de los que irrumpen por un golpe de suerte o de dinero. Quienes no conocen las entretelas del oficio, hacen proclamas morales, consignas fáciles, sin saber muy bien lo que dicen y así destruyen los países. Un grupo de aventureros que, al no tener más en la sesera, asumen la moral y “hacer el bien” como programa. No hay que olvidar que revolucionarios, en el peor de los casos, y tontos notables, en el mejor, devienen maldiciones para los países.
Para Weber es esencial que la maquinaria organizativa de los partidos, formada por políticos profesionales, se imponga históricamente sobre los notables, los parlamentarios o los grupos económicos, como avance hacia la política moderna. Fuimos víctimas en Venezuela de finales del siglo XX de gerentes de medios, empresarios, intelectuales y notables que, al contrario de Weber, se dedicaron a destruir las maquinarias y los políticos de oficio, y que pretendían “comprar” la política, “dar el salto” de los negocios a la lucha por el poder. Dice Weber que las tres características esenciales de un gran líder son pasión, responsabilidad y mesura, que se adquieren en años de vivir el oficio. Pasión para entregarse en cuerpo y alma, no ser políticos a ratos, de ocasión, aficionados calcular los pasos. Pero no se trata de la excitación febril del alocado que pone a los demás en peligro y no le importa si tal cosa corresponde a su fanatismo principista, egocentrismo estúpido y dañino.
Un líder pulsa cómo la realidad recibe “sus principios” que a veces son tontos paliques de barbería o peluquería. La responsabilidad consistía en 2014, 2016-2017 en no jugar a las muertes y encarcelamiento de inocentes, no apostarlo todo en acciones estúpidas en 2018-2019-2020. Un político que no tenga ambiciones no lo es, pero así como Weber denuncia al irresponsable que lanza gente a la muerte, cuestiona al carrerista que actúa como si estuviera en una empresa. La política debe ser una entrega, una razón de vivir, causa trascendente que se abraza con sensatez en beneficio de los demás (y también del propio). Y finalmente la mesura, el equilibrio, la capacidad para alejarse de los extremos y discernir lo conveniente “la cualidad sicológica… para dejar que la realidad actúe sobre uno sin perder… la tranquilidad, guardar distancia con los hombres y las cosas”. La carencia de mesura lleva a negarse a aceptar la realidad o falsearla para que se adapte a nuestros caprichos a priori, distorsionar los hechos y engañarse o engañar.
“…Cómo puede conseguirse que vayan juntas en las mismas almas la pasión ardiente, y la mesurada frialdad”. Cuando eso ocurre tenemos a Betancourt, Churchill, Reagan, Clinton o Merkel. Hay dos aproximaciones a la ética que definen un gran político y lo diferencian de un aventurero cualquiera, un fanático o un irresponsable. Y es como resuelve la contraposición entre la ética de la responsabilidad y la ética de la convicción. Debe rectificar el error inicial, modificar el rumbo, por muy convencido que esté, porque los daños a sus seguidores, entorno, o a su país, hacen que insistir sea un crimen (gobierno y oposición debieran leer el libro).
Políticos de poca monta, vanidosos, sin quilates para grandes empresas, se abrazan a la ética de la convicción, sobre todo cuando están lejos o saben que no les pasará nada. Con frecuencia es capricho, la ruta del coraje. Tolstoy en Guerra y Paz cuenta la batalla de Moscovia desde la visión de los soldados. Desmembrados por los cañones, machacados por los caballos, sosteniendo sus vísceras, porque rendirse ofendía a un petimetre imbécil en funciones de general. Uno puede martirizarse por sus principios, pero no martirizar a otros. La prueba de incapacidad política es no dar marcha atrás en una idea, pese los estragos que produce. De esta manera puede decir con una lamentable satisfacción personal, que fue firme en su “dignidadddddd” aunque por ello acabó con los objetivos que se había propuesto. Esto lo deberían entender los culpables de los fracasos de hoy.
@CarlosRaulHer