De antemano sé que seré fusilado en el paredón de los extremistas por lo que he de escribir más abajo, así que comienzo por curarme en salud. Dejo constancia que rechazo la persecución al partido Vente, del que me distancian ideas y políticas. Esa «confesión» de uno de sus directivos detenidos, que motivó la detención de toda su directiva, testificación aprendida al caletre y no sé si incluso leída, me parece el resultado de procedimientos aprendidos a los cubanos. Me recordó al poeta Heberto Padilla, detenido durante los 70 en Cuba por actividades subversivas (¡recitar poesías!) y luego liberado, «autocrítica» mediante; y a los juicios de Stalin en el Moscú de los años 30, con procedimientos semejantes. KGB-Stasi-G2-SEBIN parece ser una heredad de protocolos policiales en todo cuestionables. Fue muy triste ver al Fiscal, excompañero de Douglas Bravo, un subversivo mayor, condenando a un venezolano por planear unas marchas en busca de una rehabilitación imposible. Y por cierto, Tarek, condenemos el pasado, si quieres, ¡¡¡pero no exageres tanto!!!
En cualquier caso, vayamos a lo nuestro. Sostengo que la mitad de lo que hace el gobierno está en su naturaleza, proto-comunista, vocacionalmente totalitaria. Pero la otra mitad obedece a un plan fríamente calculado, de provocaciones y trampas en las que nuestra oposición extremista, previsible como el amanecer, cae cual mansa presa. El gobierno hace lo que le da la gana con ella. Como juega el gato maula con el mísero ratón, dice el tango afamado.
Se trata, además, de un modelo de régimen político que me gusta definir como de partido-Estado, que confunde patria, nación, república, revolución, pueblo, Estado y… presupuesto, con el partido. «Yo ya no soy yo, yo soy el pueblo», exclamó el Comandante Eterno. Lo peor es que se lo creen.
Sus adversarios políticos son «enemigos del pueblo», como en la obra de Ibsen. Con estos seres de segunda no cuentan mucho los escrúpulos democráticos. Todo vale si yo soy la patria. Más aún si algunos de esos adversarios confirman la especie con sus prácticas promotoras de una salida de fuerza asociada con el imperio.
En ese campo de batalla, escoger el camino de la confrontación es un error de estrategia que cualquier político más o menos avezado percibe. Cuando el partido-Estado opera, con Poderes y Fuerza Armada y policías de su lado, un choque de trenes, como el de 2017, es un suicidio. Fue así como sacrificamos la principal conquista de la década de victorias 2006-2015: la Asamblea Nacional. Maña y no cólera es lo que se necesita.
Si luego del frenesí y la locura, de aquella comedia bufa que fue el dizque «interinato», y de la nada de la abstención, usted dice aprender la lección y regresa a la ruta electoral, ¿no es un contrasentido postular como candidata a una inhabilitada? ¿Por qué se hizo? Por una sola razón: porque no se comprendía que la ruta democrática es mucho más que voto, es diálogo, negociación, acuerdo y reconocimiento del otro. Nunca se comprendió que el cambio democrático no era contra el PSUV sino con el PSUV. Nunca se comprendió que había que cohabitar, y perdonarnos, y reconciliarnos para emprender todos juntos el camino de la reconstrucción de la nación venezolana.
Así que este pantano en que estamos sumidos y estas arbitrariedades que vivimos hoy, y que en lo personal repudio, no son sino la consecuencia de una estrategia errada. Se equivocaron. Otra vez.
Si a ver vamos, ¿de qué se extrañan? Han calificado a Maduro de dictador; sobre su cabeza, y las de Cabello y Padrino, penden las espadas de Damocles de las infames recompensas gringas; amenazan con el arma arrojadiza de la Corte Penal Internacional que ha de encanar a Maduro de por vida en algún calabozo de La Haya; desafían al sistema postulando a una inhabilitada; prometen cárcel para Maduro (“yo lo que te quiero es preso», sic) o -como medida de gracia- exilio; y discurren una y otra vez acerca del régimen criminal narco-castro-terrorista. ¡Vaya “acuerdo nacional» el que prometen! ¿Y así se asombran aún de que el régimen autoritario reaccione como ha reaccionado? A veces parece que creen que viven en la democracia sueca y no en este hostil entorno del partido-Estado de origen chavista.
Pero que el desencanto no abrume nuestros espíritus. Siempre nos queda el pacífico instrumento de cambio democrático que es el voto. Sí, votar por quien de los inscritos tenga más chance de victoria y por quien haga suya la consigna del entendimiento con el otro y no de la confrontación. Y que la montaña de votos sea tan grande que haga inútil cualquier triquiñuela de baja ralea.
Todavía podemos.