Es imposible no dar la bienvenida a la lucha contra la corrupción que el gobierno de Nicolás Maduro blande amenazante, con la consigna igualitaria de “Caiga quien caiga”. Hemos dado en la Asamblea Nacional, un voto de confianza para facilitar investigaciones y acciones. Me correspondió votar, quien lo iba a pensar, el allanamiento de la inmunidad parlamentaria de Hugbel Roa, ahora reo, pero antes celebrado «champión pitcher» en lanzamiento de micrófonos.
Si algo pudiéramos reclamar, en primer lugar, al proyecto que gobierna el país desde hace más de dos décadas, es la tardía aparición de la acción anticorrupción. Desde el Plan Bolívar 2000, pasando por CADIVI, El Zar de la cabilla, el virreinato de Rafael Ramírez, el asalto al Fondo de Pensiones de los trabajadores de PDVSA… hasta llegar a la trama actual protagonizada por el clan de la ULA, era menester echarle un parao a la delincuencia políticamente expuesta.
Pero, en segundo lugar y mucho más importante, es que la acción anticorrupción sea universal, coherente, sostenible y no espasmódica.
Universal, es decir que hagan buena la consigna de “Caiga quien Caiga” sin protegidos, ni agazapados. Que se investiguen los guisos, sin distingos de ninguna naturaleza: apellido, filiación política, compadrazgo o viejos méritos basados en los servicios prestados a la Revolución.
Para ser coherente en la lucha contra los delitos que erosionan el erario público, hay que ir a la raíz de ese fenómeno en estos tiempos. Cuando uno ve en las redes sociales a unas “muchachas” exhibiendo con absoluta impudicia una riqueza súbitamente adquirida, o a unos funcionarios públicos y sus familiares ofendiendo a los venezolanos que devengan salario mínimo alardeando, con camionetotas, haciendas, harenes, viajes, cerrando locales y restaurantes para disfrutar en la intimidad, lo que estamos viendo no son, únicamente, unos corruptos de siete suelas, sino además, unos delincuentes con tanto apoyo político, que sienten, que pueden meter la mano en el tesoro nacional con la más absoluta impunidad.
Y para muestra un caso desgarrador. Aryenis Torrealba y Alfredo Chirinos, una pareja de jóvenes revolucionarios, con pedigrí (él es hijo de un viejo militante del PRV) denunciaron hace algunos años una trama de corrupción en PDVSA. Pero la magia que tejen impunidad, arbitrariedad y poder, termina llevando a la cárcel a los denunciantes. Donde fueron torturados y acusados de “espías”.
Cuanto poder debían tener los que enviaron a Alfredo y Aryenis a la cárcel para evitar una investigación, sepultarlos en un calabozo, torturarlos y mantenerlos el condición de reos por CINCO AÑOS!!
Para nadie es un secreto, que la Revolución aspira, en una lectura traviesa de Gramsci, la construcción de la famosa Hegemonía. Con esa excusa, lo que verdaderamente se ha estado construyendo es un sistema de infinita opacidad, sin contrapesos institucionales, de repartos fraccionales de poder y de absoluta impunidad. En ese estado de cosas, toda lucha contra la corrupción es efímera, retaliativa y falaz.
Hacerla sostenible supone transparencia, equilibrios institucionales, una contraloría que controle los procesos administrativos y sea capaz de investigar y mandar a la justicia los delitos contra la cosa pública. El contralor no puede ser un compañerito del partido que inhabilita posibles candidatos y hace favores.
La Asamblea Nacional debe ser capaz de interpelar y recuperar su capacidad de vigilancia contralora.
Es necesario, construir o reconstruir, una institucionalidad capaz de detectar y castigar la corrupción sin pedir permiso.
Los excesos de la polarización, probablemente favorezcan los entusiasmos hegemónicos, pero la prosperidad solo es posible en un clima de normalidad y equilibrio. Cada quien debe hacer lo que le corresponde para el cese de la hostilidad que nos ha traído a estos pantanos. El gobierno tiene la palabra.
La Hegemonía favorece la arbitrariedad y esta la corrupción y la impunidad.
PD. Cuando este texto ya estaba escrito, se conoce la muerte de Leoner Azuaje, una buena oportunidad, para ser transparente y cultivar credibilidad.