Está a la vista de todos el desarrollo de una agenda que apunta a la entronización de piezas enroscadas en el Foro de São Paulo. Las pautas se aplican por igual en Chile que en México, sin obviar los escenarios de Venezuela, de Argentina, de Colombia y de Brasil, en donde se ha reelegido como primer mandatario a uno de los apóstoles de ese entramado desde donde se enarbolan las banderas del progresismo, entreveradas con las consignas del SOCIALISMO DEL SIGLO XXI.
Entre todos se defienden sin miramientos. Están dispuestos a dar, si es preciso, una batalla campal para hacer valer sus argucias comunicacionales. Son parte de una cofradía que utiliza la cartilla del populismo para penetrar en esas masas confundidas, especialmente las atrapadas en la pobreza. Un ejemplo de eso, son las recientes victorias de Petro en Colombia y ahora de Lula en Brasil. Ambos sacaron sus respectivas ventajas de los bolsones de miseria hacinados en los estados o regiones más empobrecidas. Eso quiere decir que sus mensajes teñidos de odios y rencores, mezclados con la promoción de pugnas sociales, penetran esos segmentos y allí es en donde debería colocarse la mirada para tratar de entender por qué se producen esos fenómenos electorales.
Por otra parte resulta inexplicable, o difícil de comprender, que en esos países por donde rondan millones de venezolanos empobrecidos que se vieron forzados a emigrar como consecuencia de los desmanes cometidos por un régimen de factura populista, los colombianos o brasileños, no se hayan detenido a ver esa tragedia humanitaria, como un espejo para que se miraran esos pueblos que, por lo que todo indica, no escarmientan en cabeza ajena.
Así tenemos en el balance post electoral que al presidente Bolsonaro le recriminan el mal manejo de la crisis de la pandemia, pero contrariamente al presidente Iván Duque le celebraban el exitoso desempeño de su gobierno para encarar los efectos de la COVID-19. Ambos perdieron. Otro elemento a analizar es que el presidente Duque dejó un país con un sobresaliente índice de crecimiento económico. Bolsonaro destacó por su esfuerzo en complacer los reclamos de la ciudadanía de Brasil de frenar la corrupción. Resulta que en Colombia eligen a un candidato que en menos de tres meses, como primer magistrado, ha provocado un desbarajuste monetario, fuga de capitales y protestas callejeras. En Brasil votaron por un candidato emblemático de la corrupción que trasvoló las fronteras de su país. Inexplicable, ¿verdad?
Hay otros casos que ameritan ser examinados, como el de Chile, país que se proyectaba como el modelo para conseguir salir del atraso que entraña estar sumido en el subdesarrollo. De la noche a la mañana ese país es sacudido por protestas callejeras y se comienza a vender la idea de que con una Constituyente será posible, como por arte de magia, resolver los desajustes sociales, económicos, políticos y morales de una nación. No había pasado mucha agua debajo de ese puente de ilusiones, cuando la mayoría de los chilenos detuvieron esa andanza populista.
En Argentina está sucediendo lo mismo. Después de volver a caer en los brazos del kirchnerismo, ahora se ve muy nítida la luz en ese túnel del que aspiran salir pronto los argentinos que pifiaron no reeligiendo a Mauricio Macri al frente de la presidencia.
En conclusión, hay que tener cuidado con esa alianza que son capaces de lo peor para ponerle la mano al poder. No se paran en nada. Tienen redes sociales, medios de comunicación, con su respectivo algoritmo. También cuentan con apoyo financiero y un relato que toca fibras humanas para hacer posible la inoculación de sus mentiras y postulados engañosos. Para hacer posible esas campañas cuentan con esa veta populista inmensa, que puede ser de derecha o de izquierda, igual da para ese clan revestido de foro diletante.
Está a la vista que desde esa tribu se procura el control de los aparatos electorales, aparejado a la manipulación de otras instituciones que diluyen el principio de separación de poderes, método que les permite zafarse de las reglas del juego democrático, mientras desconocen la legitimidad del oponente, auspician la violencia y le dan licencias a quienes la fomentan gritando consignas como las de Andrés Manuel López Obrador “abrazos y no balazos”, algo parecido a las insólitas “zonas de paz”, instaladas por el chavomadurismo en Venezuela.
Para contrarrestar esas maniobras hay que dar la batalla de las ideas. Articular nuestra una sólida narrativa democrática, con líneas muy claras, con programas mínimos de propuestas viables que enfrente esas diabólicas pretensiones populistas de restringir las libertades políticas, imponer la censura, o algo peor, la autocensura, en los medios de comunicación; todo con el fin de consumar el codiciado divorcio entre la ciudadanía y la política, especialmente la de los jóvenes. Hay que proteger los sistemas de educación para impedir que las aulas de clases se transformen en laboratorios para manipular a los seres humanos.
En definitiva, hay que hacer política decente, insisto, con ideas relacionadas con las necesidades y sueños de las ciudadanías a las que pretendemos llegarles. Hay que hacerlo pronto, con determinación, con entusiasmo y fe en que será posible conseguirlo.