abril2 , 2025

    «El voto es siempre una trinchera contra el despotismo y una presión irreductible hacia la libertad». ¿Dejaremos ganar al autoritarismo? por Simón García

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    La política es acción, fuerza, consentimientos y resultados.
    Su realización democrática se produce a través de los partidos, organizaciones que existen para expresar, representar, defender y satisfacer intereses generales de una sociedad o deseos de los ciudadanos, tomados en conjunto o sectorialmente.

    Además de esa política/política que cumplen los partidos para obtener el poder, se encuentran otras modalidades de política que buscan canalizar y dar respuesta a demandas concretas para vivir provenientes de determinados sectores o ámbitos de la sociedad.

    Es una política desde lo cívico, fundamentalmente realizada por los ciudadanos mediante su participación en iniciativas y organizaciones sociales.

    En condiciones democráticas la política por el poder intercambia sus valores y ajusta sus objetivos con la política cívica, cuyo propósito de vivir mejor se traduce en luchas en torno al trabajo, la cultura, el deporte, la ecología, los derechos de genero o cualquier iniciativa para convivir y compartir el propósito de ampliar las posibilidades de desarrollo humano.

    En condiciones de restricción o ausencia de democracia, la política del campo dominante se concentra en vigilar, coaccionar, controlar o reprimir cualquier actividad o pensamiento que ponga en riesgo la perpetuación de esa dominación.

    La política dominante busca imponer una monopolización del poder que debilita y anula la democracia. Si lo hace parcialmente respetando algunas reglas de la Constitución convierte derechos en privilegios y si lo hace fuera y en contra de la Constitución, entonces destruye el sistema democrático y busca el remplaza por uno autoritario.

    Al comienzo, la artillería gruesa se concentra en acabar con la separación y autonomía de los poderes públicos; colocar al ciudadano en situación de indefensión ante el Estado y reducir, castigar a los opositores y disidentes. Siempre añade a sus metas, atacar, desprestigiar y eliminar el libre ejercicio del voto.

    En ese cuadro de autoritarismo, puntual o indiscriminado, los hábitos, conductas, reglas y valores democráticos adquieren una relevancia diferente al rol que cumplen en situaciones democráticas. No sé puede abordar el voto en un régimen autoritario como si estuviéramos viviendo en una democracia.

    Por ejemplo, apuntalar la permanencia del voto ya es una señal favorable de la existencia de una sociedad que defiende la vigencia de la democracia ante los abusos y provocaciones del poder.

    El voto es siempre una trinchera contra el despotismo y una presión irreductible hacia la libertad.

    La forma personal de doblegar el plan autocrático para desmantelar principios como el voto o el pluralismo consiste en ejercerlo en todos los momentos y lugares en los que se pueda.

    Bajo el autoritarismo las elecciones son el evento que mejor muestra la ilegitimidad del régimen: tiene poder, pero no tiene el consentimiento de la gente.

    Las elecciones son el acto más propicio para organizar, como búsqueda del voto, el rechazo colectivo y activo al régimen en un mismo día y a escala de todo el país.

    Las campañas electorales no sólo son un extraordinario recurso de protesta sino que sirven para articular, en un plan que trascienda lo electoral, la campaña cívica y política para confrontar al régimen con una alternativa inclusiva de cambio.

    Por supuesto, para mantener viva esa alternativa hay que asistir a las elecciones que el régimen convoca. Participar es contribuir a que al gobierno el tiro le salga por la culata.

    Voto y propuestas, unidos según las peculiaridades regionales, brindan posibilidades más amplias de alianzas menos rígidas que las que resultan del molde de la polarización centralista y de los bloques cerrados que impera en las elecciones nacionales.

    En los Estados y municipios puede encontrarse un mayor campo de coincidencias en el mundo del descontento sin que tengamos que llegar al choque de trenes que promueven los extremistas del gobierno cuando cierran la vía electoral.

    El 28 de julio condujo a que la movilización, organización y decisión del pueblo triunfaran frente al aparato del Estado. Se produjo una rebelión de los votos como desobediencia activa en la que los ciudadanos se negaron a seguir lo que al poder le convenía: abstenerse.

    Si no se hubiera concurrido a votar, no hubiera ocurrido la victoria electoral que quedó registrada en las Actas y en los aprendizajes de la población.
    La experiencia indica que sino se vota gana el gobierno sin pagar los costos que implica desconocer la soberanía popular.

    Y lo que el gobierno quiere ganar no son solo las gobernaciones y Alcaldías sino eliminar estos focos de resistencia a su plan de apoderarse de todos los niveles de poder.

    La abstención es negarse a obtener una nueva victoria y entregarle forfait de opositores y descontentos mayores ventajas para consolidar el autoritarismo.

    No sé puede cerrar los ojos al hecho que las elecciones de gobernadores, diputados y legisladores regionales constituye una citación que encubre a otra elección de fondo: pasar del Estado de Derecho a un Estado Comunal donde ya no existirá el voto individual sino la suma de votos de Asambleas Comunales.

    Así que al abandonar el voto directo y secreto vamos a permitir que el gobierno haga caída y mesa limpia con el Estado de Derecho. Por eso el régimen promueve y estimula la división y la abstención de la oposición.

    Esa sería una derrota estrategia para las esperanzas de avanzar en acuerdos para reconquistar, paso a paso, la democracia.

    En las distintas oposiciones políticas existen motivaciones y razones para coincidir en evitar la prolongación, intensificación y extensión del autoritarismo centralista en los niveles locales y regionales.

    Las diferencias sobre los medios pueden armonizarse si hay suficiente presión para ponerle fin a las descalificaciones y divisiones. También es necesario que los dirigentes dejen de tener planes dentro de los planes.

    Ninguna diferencia en los medios puede continuar bloqueando el interés de aproximar a todos los que comparten el fin de trabajar por un país mejor, hayan estado antes en bandos opuestos.

    Sumar fuerzas es una de las virtudes de la democracia y una de las condiciones para cambiar de régimen político y modelo económico actuales, ambos visiblemente agotados y sin soluciones.

    Aunque existan opiniones diferentes sobre votar o no, ni Edmundo, ni María Corina, Rosales, Capriles, Ramos, Eduardo, Calzadilla, Mujica, Romero, Ecarri, Gaviria o muchos otros dirigentes políticos, sociales o independientes pueden ser tratados despiadadamente como adversarios principales.

    La estrella polar de una alternativa país debe ser la democracia.

    Es hora de poner fin a la guerra a muerte contra quienes son necesarios para acordarse en una efectiva estrategia democrática de cambio. Y respetar a quienes promuevan una opción democrática diferente.

    La primera reivindicación de la democracia es votar. Pero no sólo eso. Aprovechar la corta y sitiada campaña electoral para construir cultura y relaciones democráticas, aún su se trata de pequeños espacios; apoyar movilizaciones como las que se están realizando en torno al salario o mejoras en las condiciones de vida de la gente. Y hacerlo con medios y actores libres de la ideología autoritaria, negadora de derechos y excluyente de los que piensan diferente.

    Las batallas contra la imposición del modelo de sociedad autoritaria exigen no abandonar la lucha en ninguno de los terrenos donde ella se escenifica y vencer el plan del régimen de hacer unas elecciones sin presencia de competidores que puedan ganarle.

    Los logros electorales y no electorales obtenidos el 28 de julio no se pueden ignorar ni sustituir por una cómoda ausencia del desafío electoral a las fuerzas de cambio medianas o pequeñas.

    La participación electoral del 28 de julio demostró el poder del voto para deslegitimar al régimen. Hay que insistir en esa vía porque el régimen desconoce como fuentes de su legitimación tanto al voto como a los resultados de su gestión. Escogió otros medios de legitimación.

    Pero la alternativa democrática no puede abandonar el voto porque la pondría a en caminos no electorales, ajenos a su naturaleza.

    La abstención nos pone a perder en lo electoral, en la recuperación de movilización social y en activar útilmente la indignación, la protesta y la conciencia democráticas.

    No podemos dar un paso más hacia la pérdida de la República por el argumento que el poder desconocerá triunfos opositores. Así como tampoco hay que dejar de pensar críticamente, o abandonar las iniciativas para rescatar los salarios y las pensiones porque Maduro no las aumente.

    Los derechos no se entregan.

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