El gobierno venezolano es un aliado impredecible. EE.UU. envió delegación al país vecino.
Los gobiernos de Colombia y Venezuela van a intentar ser aliados otra vez. Tras más de dos décadas en las que las fisuras fueron una constante en la relación de la Casa de Nariño con el Palacio de Miraflores, el presidente electo Gustavo Petro intentará escribir un nuevo capítulo en la diplomacia con el régimen de Nicolás Maduro.
Esas aproximaciones aún están en pañales, no se han delegado equipos de trabajo y apenas se conoce el primer renglón de la agenda que es la reactivación plena de la frontera de 2.219 kilómetros: el área limítrofe terrestre más grande de Colombia con un vecino.
Esa determinación compromete a una población binacional de 12 millones de personas que residen en los departamentos y estados fronterizos, al comercio que espera atravesar nuevamente los seis cruces oficiales –pues hasta la fecha solo el puente de Paraguachón ha estado habilitado– y deja en el tintero una serie de decisiones políticas marcadas por polémicas.
El principal reto será determinar si esa relación colombo venezolana trasciende los intereses ideológicos para volver a ser un asunto de Estado. En palabras del investigador del Observatorio de Venezuela, Ronal Rodríguez, “sería un error volver a hacer una relación generada en lo gubernamental. Hay que darle un tono estatal a la diplomacia”.
Línea de las discordias
La frontera es una conexión de trochas y riachuelos que están entrelazados con cuatro puentes internacionales; radares rusos del lado venezolano, vigilancia del Ejército del costado colombiano; grupos ilegales, narcotráfico y comercio ilegal de mercancías.
Allí mismo se han dado los hitos de la relación binacional, como la crisis de febrero de 2019 cuando el gobierno de Iván Duque prestó este flanco para el ingreso de la “ayuda humanitaria” gestionada por el opositor Juan Guaidó, a quien Colombia reconocerá como presidente interino hasta el 7 de agosto.
El comienzo de ese 2019 marcó una fractura en la relación porque la Casa de Nariño desconoció a Maduro como presidente después de que este se juramentara –el 5 de enero de ese año– ante el Tribunal Supremo de Justicia y después de unos comicios que no reconoció la comunidad internacional.
Desde entonces tomó vuelo el “Maduro dictador” de Duque, el cerco diplomático y el fallido Grupo de Lima, que dio paso a los tres años y medio de relaciones con el retórico gobierno de Juan Guaidó, que no consiguió pisar el Palacio de Miraflores, pero hasta el solo de hoy sigue teniendo legitimidad a lo ojos de Estados Unidos.
Antes de esos hitos, el expresidente Juan Manuel Santos había pasado de ser el nuevo mejor amigo de Maduro a protagonizar diversas discordias con este, sobre todo en el marco de su segundo mandato en la Casa de Nariño.
El lapso de la relación Santos-Maduro tuvo dos momentos determinantes. El primero, cuando Bogotá se acercó a Caracas mientras en paralelo se intentaba negociar la paz con las extintas Farc en Cuba. En ese momento, septiembre de 2014, las autoridades colombianas le entregaron a las venezolanas a dos perseguidos políticos que se estaban resguardando en Colombia (Lorent Saleh y Gabriel Valles), quienes terminaron privados de su libertad y torturados por el régimen.
La diplomacia de Maduro duró poco y para agosto de 2015 este expulsó a los ciudadanos colombianos que residían en la zona limítrofe y cerró la frontera de forma unilateral. Desde entonces ese cruce ha estado cerrado –con algunas condiciones temporales para permitir el paso– y se agudizó el fenómeno migratorio por el que 2,3 millones de venezolanos tuvieron que buscar un futuro en este lado de la frontera.
Con esa fecha en el radar, siete años después del primer cierre de fronteras de esta era, Petro protagoniza una nueva faceta con Maduro. Las fronteras serán, precisamente, el primer punto de interés.
En al aire quedan otros asuntos como la implementación del Estatuto de Protección para migrantes venezolanos, la protección de los perseguidos políticos del régimen que se asilaron en Colombia (refugiados) y la seguridad en zona limítrofe.
Los opositores que están en Bogotá en cargos diplomáticos del grupo de Juan Guaidó ven con temor este giro, pero vaticinan que la nueva relación avanzará tanto como Petro lo permita, porque él es quien tendrá la sartén por el mango.
También se avisora un foco de tensión con Estados Unidos, cuyo Gobierno anunció esta semana –en voz de Mark Wells, subsecretario Adjunto para Brasil y el Cono Sur y para Asuntos de la Región Andina– que espera presionar a Maduro para que lleve a cabo unas elecciones democráticas en 2024.
Pero Estados Unidos también ha abierto canales de diálogo con Venezuela. De hecho, en la noche de este lunes se conoció que envió una delegación a territorio venezolano para garantizar “continuidad” en su agenda bilateral.