Recientemente estuve oyendo con detenimiento algunas entrevistas que le han hecho a Benjamín Rausseo en distintos programas de opinión. El precandidato no le sacó el cuerpo al debate económico en lo doctrinario y mencionó a pensadores como Keynes, Mises y Friedman. Sabe de lo que habla, o tal vez sea mejor decir: no sé si sabe, pero parece que sabe.
Citando a los mencionados economistas, se pronunció por agarrar un poco de las cosas que proponen cada uno de ellos. El intérprete de «El Conde del Guácharo» dice ser diferente al político profesional pero aquí dio la impresión de ensayar una posición típica de un candidato tradicional, es decir, agradable para todos los gustos. El planteamiento me sonó a aquello de “la tercera vía”, una idea que en su momento fue acariciada por el Hugo Chávez de su etapa más temprana.
En definitiva, el precandidato se inclinó a favor por una economía de libre mercado, lo que me parece bien. Sin embargo, no sería malo que consultara a dos autores citados por Rausseo. Me refiero a Mises y a Hayek, quienes en «Intervencionismo, el mito de la tercera vía» y «Camino de servidumbre» exponen que tales concepciones terceristas crean equilibrios inestables en contra de la libertad y la propiedad privada.
No hay tercera vía, de hecho, después de la caída del muro de Berlín, no hay ni segunda. El capitalismo se enseñoreó en el mundo, de hecho, se mudó de occidente a Asia, específicamente hacia el Indo- Pacífico. Ha tomado forma en distintas versiones: un capitalismo liberal y otro iliberal.
El capitalismo dejó de ser un club de ricos y ahora es practicado por las naciones otrora más pobres y por las que son actualmente las más pobladas de la tierra. Los resultados han sido altamente positivos en el combate contra la pobreza.
La oferta electoral de Rausseo responde a cierto perfil. Constituye un exponente de la llamada “antipolítica”, así lo describen muchos analistas. Un engendro posmoderno. Es el equivalente al elemento fuego: como amo es terrible y como sirviente es peligroso.
Los griegos llamaban idiotas a las personas que renegaban de la política, que se apartaban de ella, que mostraban desapego por los asuntos públicos, por la polis. Preferían estar dedicados a su vida privada.
En estricto sentido etimológico, la palabra no se refiere a personas intelectualmente incapaces o estúpidas, sino a sujetos con la creencia según la cual, al ignorar la política, la política los iba a ignorar a ellos. Algo que en el presente sí parece bastante idiota.
Una de las deformaciones contemporáneas más terribles es aquella de pensar que estrellas del espectáculo, la moda o el deporte, por su condición de celebridades, pueden servir como líderes políticos. Todos sabemos de la existencia de figuras salidas de la farándula que pasaron a la política, pero por lo general, quienes han tenido mayor éxito son aquellos que han hecho carrera sistemática y constante. Como en muchas otras actividades, es importante el sentido del oficio.
En occidente, sobre todo, al calor del desprestigio de la política, florece una tendencia de culto a la frivolidad, a las emociones y la satisfacción instantánea sin mayor ejercicio del juicio. Tal tendencia, desde luego, es debidamente leída por los profesionales del mundo de la gobernanza. De allí que el nuevo paradigma de cierto liderazgo político es sumarse a las corrientes de opinión dominantes, en vez de influir sobre ellas. No siguen ideas, siguen encuestas. Son rehenes de sus audiencias.
Comparto la siguiente reflexión. Cantinflas, el genial personaje mexicano, era un sobreviviente urbano, ingenioso, impredecible, una respuesta rápida e inteligente para todo. La ganaba o la empataba. Un prodigio de la oralidad latinoamericana.
Sin embargo, Mario Moreno, en sus comparecencias públicas era introvertido, acartonado, predecible y aburrido. Se había educado, cultivado intelectualmente, dominaba varios idiomas, le gustaba el roce con la gente culta, En sus entrevistas a cara lavada era difícil sacarle un chiste bueno. Parecía que lo acomplejada el éxito de su personaje. Quería que lo tomarán en serio.
A Benjamín Rausseo, le ocurre algo parecido. Es el síndrome de Cantinflas.
Pedro Elías Hernández