Carlos Andrés Pérez fue, por encima de todo, un líder nato. Nació y creció en un ambiente que lo fue tallando como un ser humano con inquietudes de todo orden que le permitieron convertirse en un dirigente político por el resto de su vida. No fue un dirigente surgido relancinamente, sino que se fue, poco a poco, macerando hasta convertirse por mérito propio, en primer magistrado nacional. Desde adolescente se mostró como un estratega, condición que puso en evidencia cuando planificó empapelar con afiches del partido comunista las fachadas de las casas de su pueblo natal, Rubio, para demostrarle a los fundadores del PDN, en el estado Tachira, que si tenía cualidades para ser aceptado como militante.
Desde muy temprano les demostró a los líderes de Acción Democrática, entre ellos Rómulo Betancourt, Leonardo Ruiz Pineda y Rómulo Gallegos, que además de su primaveral edad, tenía otras buenas condiciones como la capacidad, la responsabilidad, el hábito por la lectura, una entrega total al trabajo que se le encomendara y un coraje a prueba de fuego. Como lo he dicho antes, se fue formando día a día, no fue un dirigente de probeta licuado en laboratorios de cenáculos partidistas ni proyectado meteóricamente en los estudios de una televisora. CAP se ganó la confianza y a la vez el respeto de esa camada de prohombres con los que estaba en capacidad de lidiar a base de astucia y su característica determinación.
En cada coyuntura supo estar a la altura del desafío con el que se tropezaba. Así lo demostró desempañándose como secretario privado del presidente Betancourt. Como operador político al lado del maestro Gallegos, cuando el insigne novelista le encomienda viajar a Maracay, días antes de la asonada que lo derrocaría en noviembre de 1948, a tratar de articular una fuerza militar capaz de dar al traste con la sedición en marcha en aquellas horas.
Fue un eficiente activista desde el exilio, siempre tratando de hacer bisagra con la dirigencia que resistía dentro del territorio nacional. Como Ministro de Relaciones Interiores dejó una impronta que lo distinguiría para siempre como uno de los defensores más cabales de la renaciente democracia. En las trincheras parlamentarias desbordó habilidad y aptitudes ejemplares al momento de cuadrar entendimientos con otras fuerzas políticas o de redactar proyectos de leyes. Como abanderado presidencial de su partido estremeció a los electores con sus novedades que aún despiertan emociones cuando evocamos esas caminatas al compás de “ese hombre si camina, va de frente y da la cara”.
CAP fue un líder en todos los terrenos. Como presidente desarrolló un conjunto de obras que forman parte del mejor inventario que se pueda tener de gobernante alguno en la historia de Venezuela. Llevó adelante un proceso de reversión petrolera en las mejores condiciones. Después de tanta agua que ha pasado debajo de esos puentes desde donde se le regateaban méritos, ahora se reconoce que fue un Presidente Visionario al incorporar el polémico artículo 5 en el proyecto de Ley de Nacionalización.
Décadas después de echar las bases del complejo de la CVG, ya no se le estigmatiza como el promotor de proyectos sibaríticos, sino que se admite que esos complejos siderúrgicos, de aluminio, de hierro, de bauxita, además de las estratégicas inversiones en el Guri, representaron activos invaluables para el desarrollo estratégico del país. Pero, hay otro elemento que se destaca y está en el buen ojo de CAP para seleccionar a sus colaboradores. Así tenemos que para fundar PDVSA, atinó designado al Dr. Rafael Alfonso Ravard y al frente de la CVG colocó al fenomenal gerente Leopoldo Sucre Figarella.
CAP, el polifacético, mientras pensaba en las industrias básicas, colocaba en las manos del maestro José Antonio Abreu la batuta de las Orquestas Infantiles, confiaba las topas, que iniciarían las excavaciones del Metro de Caracas, en las diestras manos del Ing. Jos’e, Gonzalez Lander y confío en la pasión ambientalista del Dr. Arnoldo Gabaldón para echar las bases del primer ministerio de esa naturaleza que vería luz en América Latina.
De su primer gobierno quedaron esas obras, más el Plan de Becas Ayacucho, proyecto idóneo para “sembrar el petróleo”, y así ver como Venezuela cosechaba abundante talento humano, como el que también se recogería en las prestigiosas universidades que se empeñó en fundar en varios estados del país. CAP apostaba por la ciencia y la tecnología, por la cultura y por la salud de la ciudadanía. Fueron centenares los centros hospitalarios construidos, miles de kilómetros de carreteras, que tenían abajo las tuberías de acueductos que llevaban agua potable a centenares de pueblos. Las troncales, tendidos y estaciones eléctricas iluminaban el avance de un país que pasaba la página del atraso. CAP también pensaba en el medio ambiente, pero no se quedaba en gaseosas exclamaciones, demostraba que de verdad tenía preocupación por el futuro de la humanidad creando el mayor número de parques naturales con el que ahora cuenta el país.
En su segundo mandato, CAP le imprime visibles rasgos de reformista y modernizador a ese encargo. Cuando se le preguntaba por qué ese giro, respondía que él no había cambiado, que “lo que estaba cambiando era el país y el mundo”. ¿Y qué hizo? Se rodeó de jóvenes preparados, que en ese momento fueron blanco de sátiras despectivas. Hoy, mayoritariamente, se reconoce que CAP tuvo buena puntería para aproximar a su gabinete a venezolanos bien formados como Moisés Naím, Carlos Blanco, Miguel Rodríguez, Gerver Torres, Andrés Sosa, Fernando Martínez, Roberto Smith, Beatrice Rangel, Aura Loreto, Eduardo Quintero, Gustavo Roosen, Jesús Carmona, Celestino Armas, Imelda Cisneros, Armando Durán, Rafael Orihuela, Eglé Iturbe, Reinaldo Figueredo , Fanny Bello, Rubén Rodríguez, Gustavo Rada, Virgilio Ávila, Enrique Colmenares, Teresa Albanes, Marisela Padrón, Diógenes Mujica, Luis B Guerra, Alirio Parra, Luis Penzini, Mendoza Ángulo, Pedro Rosas y Ricardo Hausmann.
CAP se atrevió a despojarse a sí mismo de la potestad constitucional de designar por decreto a los gobernadores de estados para impulsar la descentralización. Sabía, porque no era ingenuo políticamente, que ese paso le acarrearía problemas en un partido pragmatizado. CAP también resolvió cerrar el grifo de RECADI para poner fin al festín de reparto de dólares preferenciales. También estaba consciente de que esa medida le granjearía animosidades en el amplio elenco de empresarios que por una parte “clamaban que se liberaran las actividades económicas y que se redujera el intervencionismo del estado”, pero a la hora de las chiquitas pretendían seguir beneficiándose de aportes financieros insostenibles en esa Venezuela rentista que se abría paso hacia una auténtica diversificación de su economía.
En su segundo mandato, a diferencia de lo que ocurre ahora con la desvencijada industria de hidrocarburos, CAP había logrado incrementar la producción de crudo en más de un millón de barriles diarios en apenas dos años. La economía crecía a finales de 1991 en un 10%, el desempleo acusaba una tasa de primer mundo (6%), la inflación estaba siendo domeñada, el salario mínimo era uno de los más altos de Suramérica, los programas sociales, como la Beca Alimentaria, el PAMI y la dotación de uniformes y útiles, potenciaban el crecimiento de la matrícula escolar y la deuda externa había sido renegociada en condiciones muy favorables a los intereses de la nación.
Esos logros, patentes, imposibles de invisibilizar, no privaron en el ánimo de los conspiradores que el CAP, estadista valiente, supo derrotar los días 4 de febrero y 27 de noviembre de 1992. Para esa alianza conspiradora lo que contaban eran los odios, rencores y envidias. Por eso dieron al traste con todo lo que se estaba asegurando para el bien de un país camino hacia una senda definitiva de progreso y bienestar.
De eso y mucho más narramos en mi libro escrito desde el respeto y la admiración a un líder excepcional que traspasó las fronteras patrias.
CAP fue un líder a veces incomprendido que pervive en la memoria de la ciudadanía, haciendo cierta aquella conseja de que no mueren nunca los seres humanos que dejan huellas imborrables e imposibles de olvidar.